Volumen 1 / Año 1 / 2009

ISSN 1852-6454

* LA BIOSOCIOLOGÍA EN EL PENSAMIENTO NACIONAL

La relación Ciencias,  Política y Educación Superior,  entre siglos
Lic. Olga Susana Coppari
I
No es un enunciado inédito el que producirá este artículo, se suma a otros que se inscriben en la lógica de analizar algunas voces políticas y científicas en los marcos de la producción del orden social en los tiempos de la organización del Estado y de la nación argentina.  Pretendemos acercarnos al estudio de los procesos de legitimación ideológico-discursiva de la producción del campo de la ciencia social argentina en un orden positivista que, a su vez, es comprendido como el universal necesario para la práctica política de construir una nación entre los siglos XIX y XX.
Este proceso implicó en el tiempo la construcción de un campo, el de la ciencia social que reconoce en su procedencia una tradición intelectual sociológica desde la independencia nacional (Germani. 1968: 385) y en su desarrollo institucional universitario, las condiciones de campo exogenerado y endodirigido (Albornoz. 1990:172) que, decimos aquí, son  compartidas con el proceso de formación del Estado-Nación.
Nos alienta a pensar en la relación ciencia, política y organización nacional el trabajo de  Mario Albornoz (1990) quien sostiene que la perspectiva histórica en el estudio de la conformación del cuerpo doctrinal de la ciencia en Argentina, nos permitirá reconocer  su implicancia en la producción de conocimiento para el sistema económico y el sistema político.
Para abordar el  problema tomamos como referente en la formación del Estado argentino, su relación empírica con la fórmula moderna “civilización y barbarie”[1], en la que se habrían determinado esas relaciones sociales que estuvieron sujetas a la expansión del modelo de acumulación capitalista[2] que anudó una perspectiva científica al proyecto político de la generación de 1880. Indagamos en un texto del pensamiento sociológico de Argentina de finales del siglo XIX las formas discursivas con las se produjo el universal del Estado-nación y se justificó el liderazgo oligárquico. Se trata de “Las multitudes argentinas”, de José María Ramos Mejía, publicado en 1899.
Decimos que el subcampo de la ciencia social en Argentina atravesó entre aquellos siglos a las políticas de conformación de las elites y de las clases subalternas,  produciendo y reforzando representaciones sociales sobre las condiciones de unas y otras para la organización del país y la construcción de la nacionalidad. Del mismo modo, podemos sostener en la perspectiva de algunos estudiosos del tema que la comunidad científica argentina también incorporó “prácticas sociales valores y hábitos de trabajo cuyo rasgo principal fue la primacía de lo inmediatamente útil por sobre investigación básica y/o aplicada” (Myers. 1992: 94)
 El proceso de institucionalización de la ciencia social reconocería una fuerza singular durante el siglo XX, pero sostenemos que comenzó a expresarse en la segunda mitad del siglo XIX: en la formación del Estado, cuando en la perspectiva de lo útil,  los discursos sociales dialectizados por ciertas voces de la ciencia, habrían tenido fuerte incidencia en el desarrollo y legitimación del grupo social que importó una manera de gobernar la inserción de aquel incipiente país: La Argentina dejaba el sesgo colonialista de la racionalidad de la España casi medieval del siglo XV y se subsumía a la racionalidad de la nueva expansión del capitalismo cuyos signos eran la  centralidad constituida por los países de las revoluciones industriales, el proceso de acelerada urbanización, la instrucción masiva y simultánea de las clases subalternas devenidas en cunas de ciudadanía. El nuevo orden fue una avanzada civilizatoria..
Nos interesa argumentar que la ciencia en Argentina, en los procesos desarrollados  entre los siglos XIX y XX, ha sido constitutivo tanto de la estructura objetiva de la organización nacional como de los sujetos activos de la historia que lucharon por el lugar propio produciendo los límites necesarios para abordar la cuestión de la organización política;  por un lado, en los límites de un proyecto nacional y, por el otro,  en la producción algunos límites para la identidad política. En esa producción de identidades, el pensamiento científico de la época también produjo imaginarios y conocimiento acerca de lo bárbaro y de lo civilizado. Si en el ámbito universitario de la época que analizamos, estaba exacerbado el culto a la movilidad social individual y la práctica de investigación era concebida como una rémora para esos propósitos (Myers. 1992: 94),   es pertinente preguntarse si la lucha por el orden social no lo era entre bárbaros con ciertos atributos diferenciadores, apropiados en la lucha por el espacio propio en un escenario que tenía que ser común.
Las preguntas que orientan a este trabajo son: “¿Cómo se construyó desde el discurso científico el universal con el que se proyectó la formación del Estado argentino?” y ¿con qué estrategias discursivas operaron en el pensamiento político,  las perspectivas legitimadas en la ciencia social incipiente entre los siglos XIX y XX?

II
Entendemos que en el proceso que analizamos, la ciencia positivista reguló algunos aspectos del pensamiento de célebres personalidades de entonces  y las condiciones para la inclusión y exclusión de los grupos sociales en el modelo imperante. En ello, hay figuras relevantes como la de Domingo Faustino Sarmiento, promotor, divulgador y practicante de actividades científicas, por lo que podemos situarlo entre los estrategas de políticas de Estado dada su convicción acerca de cuáles eran  los pilares de una nación moderna y progresista: educación, trabajo y conocimiento[3].
Sin embargo, fue debilitado el desarrollo de la ciencia como política de Estado en aquellos tiempos aunque  tuvo contradictoriamente una fuerza singular en  los discursos políticos y sociales que habrían operado desde el campo académico en la trama de una cosmovisión de época,  con la que dio entidad e identidad a las multitudes argentinas[4] y dentro de ella a la producción de un grupo diferenciado para conducir la organización nacional y representar al pueblo: la elite.
La noción de sociedad equivalente a un campo de lucha de fuerzas irresistibles, según Simón Bolivar (Poviña. 1942:26) u homologada como un organismo vivo que desde su fisiología emerge el líder que conducirá un nuevo orden - según Ramos Mejía (1956:15, 26) ese líder era Carlos Pellegrini -,  nos permite  establecer la relación que defendemos: La ciencia social en América del Sur nace con las repúblicas bajo el signo de Orden y Progreso (Poviña. 1942:26),  proceso globalizador de entonces.
Si bien nos situamos en Argentina, entendemos que el pensamiento social latinoamericano desde mediados del siglo XIX en adelante, estuvo teñido por este pensamiento presociológico de fuerte raíz positivista, con las variantes propias de los procesos sociopolíticos de las diferentes comunidades, de las estrategias de sus dirigencias y de los desarrollos posteriores de la institucionalización en los campos universitarios que fueron  separando a la Sociología del modelo positivista en las primeras décadas del siglo XX (Poviña.1942: 26,27)
En este proceso, no es un dato secundario la legitimación de  los pensadores del realismo social y del racionalismo social que constituyeron la perspectiva biosociológica (Germani. 1967: 386, 389) en el siglo XIX y primeras décadas del siglo XX. La perspectiva de los referentes de la etapa presociológica, habría quedado legitimada institucionalmente en la década de 1940 cuando  en el primer encuentro del Instituto de Sociología creado en la UBA, con la presidencia de Ricardo Levene, se valorizó la reconstrucción de las tradiciones intelectuales del pensamiento social argentino. Propuso Levene un trabajo de su interés académico que reconoce como antecedente la inclusión en sus programas de cátedra del rastreo de las ideas de los intelectuales argentinos,  entre ellos, los trabajos de  Rómulo Carbia, Juan Agustín García, José Ingenieros, Juan B. Justo, Raúl Orgaz y Ricardo Rojas (González Bollo. 1999 :19)
Un breve estudio sobre sus biografías da cuenta de la inscripción de sus nombres y obras en la cosmovisión de finales del siglo XIX, siendo José María Ramos Mejías y Domingo Faustino Sarmiento  los maestros en aquella trama histórica[5]. Son ellos, representantes de campos disciplinares diferentes, pero comparten las características de ser pensadores eclécticos de la cultura de la época y fervientes creyentes en la ciencia.
En relación con el propósito de este artículo que presentamos, podemos anticipar el peso de la Argentina como objeto de estudio y la convergencia  en su pensamiento de las perspectivas de la medicina psiquiátrica, la historia y la sociología como un orden interdisciplinario propio de los pensadores de esa época, atravesados por el crecimiento de la ciencia médica y la atracción por conocer a la sociedad de Argentina, tal vez  sintiéndose ejecutores de las bases fundacionales de su organización política y desarrollo.
En este espacio simbólico y político de la construcción nacional, tampoco es un dato secundario en nuestro análisis, el crecimiento académico de la formación de médicos en la Universidad Nacional de Buenos Aires: Desde 1892 se desarrolla el proceso de la institucionalización de la Fisiopatología Experimental en la Facultad de Medicina de la UBA, que se admite como antecedente de la creación del Instituto de Fisiología de la UBA, impulsado por Bernardo Houssay, en 1919, quizás como práctica de resistencia a la despreocupación por las innovaciones y transformaciones de las ciencias por parte de las elites científicas y políticas de ese tiempo (Albornoz. 1990: 94). Eran médicos también varios de los pensadores sociales de estos tiempos fundacionales de la nacionalidad  en América del Sur. 

III
Representante cabal de su época, Ramos Mejía fue admirado por Domingo Faustino Sarmiento, quien en 1878, escribió un artículo periodístico destacando la publicación del primer trabajo de Ramos Mejía sobre las patologías de los “prohombres” de nuestra historia nacional. En un trabajo biográfico publicado por Virginia Maisonnave, puede conocerse que también “celebraron aquel libro, con igual entusiasmo, los intelectuales que formaban el núcleo futuro del pellegrinismo y los jóvenes cultores de la ciencia que, con Sarmiento a la cabeza, admiraban a Darwin y Spencer, pugnando por introducir en el país la afición por las ciencias de la naturaleza” [6]
Ramos Mejía inició los estudios psiquiátricos en el país y fue maestro de numerosos discípulos, como José Ingenieros, Lucio V. López o Luis Agote. Puede leerse en la producción de la mencionada autora que fue un autodidacta, aprendió en las mismas fuentes europeas que llegaron a conocer Alberdi y Sarmiento y en las que se inspiró toda la generación de 1880. Tenía por Moreno, Rivadavia y Echeverría, verdadero culto. Admiraba particularmente a Sarmiento y, entre los hombres de ciencia de su tiempo, nombraba con especial respeto a Ameghino, Arata, Francisco P. Moreno y  Holmberg.
Este célebre pensador, en 1899 publicó “Las Multitudes Argentinas”, un análisis en la perspectiva biosociológica que analiza a las de las multitudes desde el Virreinato hasta el final del siglo XIX y propone un orden y un líder para cooptar la barbarie expuesta en los revolucionarios de 1890. Ese líder era Carlos Pellegrini, de cuyo contexto político y de clase, sabemos por Mainnsonave, emergieron los principales reconocimientos de los atributos académicos de Ramos Mejía.
En “Las multitudes argentinas”, Ramos Mejía, por ejemplo,  refiere en varias de sus páginas a la fisiología de las multitudes como metáfora de la evolución de las mismas desde el Virreinato del Río de la Plata en adelante y a su patológica pasión contraria al orden civilizador cuando quedan subsumidas a las intencionalidades de los caudillos (1956: 6, 9, 15,43).  Son estos  datos, algunos de los que indicarían el atravesamiento de un discurso positivista,  metafóricamente funcional a una concepción médica organicista,  que se consolida en su univocidad biosociológica para explicar  lo social.
Ramos Mejía indagó sobre Rosas y su tiempo[7] y reconoció la necesidad de estudiar “a las muchedumbres de donde salió” y hacerlo de modo extendido en la historia del Río de la Plata porque valoró su función que definió como “importante, vaga y obscura todavía”. Homologó la muchedumbre en la organización nacional con los tóxicos de un organismo que dejan un beneficio que se aprecia con el tiempo. Dijo: “que haya colaborado o producido hechos condenables no quiere decir que fuera menos eficaz como agente de remotos beneficios en la economía de este organismo; que no por ser social o político deja de tener, como todos, una fisiología” (1956:6).
 Asignó a los hombres de la muchedumbre la falta de un orden permanente, son el “puro instinto, impulso vivo y agresivo, casi animalidad” (1956:9) y al mismo tiempo los admiró en la figura del “hombre - carbono”, quien puede tener el germen del liderazgo porque “en el orden político o social desempeña por su fuerza de afinidad las funciones de aquél en la mecánica de los cuerpos orgánicos” (1956:15,43)
Sostuvo que en la conducida impulsividad de la multitud estaban las condiciones para el progreso social pero advirtió que en el tiempo que analizaba ese hombre-carbono no podía constituir lo que denominó la multitud moderna porque estaba estático facilitando el conservadurismo y moviéndose solamente en función de sus intereses (1956:206,208). Ramos Mejía cuestionó que “hemos vivido creyendo más en la acción personal de los grandes hombres que en la de las multitudes (...) en ciertas épocas como en los primeros días del periodo revolucionario, fue soberana y omnipotente”. Propuso estudiar su organización, composición y papel en los diversos acontecimientos; a los hombres que procedieron de ella y eran “una proyección individual de su alma y de su genio”; a los dominadores de la multitud, los que surgidos o no de ella, han tenido calidades de cierto orden que les ha permitido dominarlas, dirigirlas y, a veces, transformarlas (1956:8).
Ramos Mejía integra la barbarie a la noción de identidad nacional. Sin embargo,  hasta que la multitud “tome conciencia es un simple prurito de moverse sin orientación fija, de ir contra alguien, de gritar, de hablar y de protestar como si la empujaran de adentro. Mientras la inteligencia duerme, los centros motores parecen irritados” (1956:18). Se ocupa de desentrañar las características de sus líderes porque le reconoce condiciones presociales que definen cierto orden interno. El autor participa en la búsqueda de un nuevo hombre – carbono, un conductor de esa masa indiferente de fines del siglo XIX y no elude confrontar las posiciones de Aristóbulo del Valle y Carlos Pellegrini[8]. En ambos hay multitud tumultuosa e irracional. Pero uno es el que puede proyectar al país en el contexto internacional y orientar así los efectos reformistas de la Revolución de 1890.  Ramos Mejía (956:210, 211) los define:

“…,  eran  el uno (del Valle) un creyente convencido de la eficacia de las multitudes en el gobierno de la dirección de los Estados; pensaba que su talento había menester de ese instrumento infiel para labrar la obra de sus violentas y radicales reformas y embriagado en el culto que le tributaba la infiel hetaira, veíaselo afanoso y a la vez injusto, entregando a veleidades de la turba las reputaciones, los galones, el Congreso y las provincias”(...). El otro (Pellegrini), un interesante incrédulo de los prodigios de las turbas como elemento de gobierno, lleno de ese volterianismo político que fija con viveza los contornos de las cosas…como buen hijo del litoral, posee en el alma el hábito de la mirada marítima siempre tendida para buscar y ver mejor en los extremos límites del horizonte, más allá del círculo visible...”

En el afán civilizador de quien analizaba a su época,  Pellegrini sería ese hombre –carbono necesario para la conducción del proyecto nacional ponderando precisamente los rasgos bárbaros de su temperamento y, a la vez, sus condiciones para el pensamiento elaborado. Metaforiza Ramos Mejía: 

...”las impresiones más vivas no pasan en él como en los impulsivos directamente a los aparatos motores sino que reciben en las facultades seductoras el saludable control que trasforma el ímpetu y reduce la vivacidad de la imagen a sus proporciones verdaderas. Si no fuera así ¿creéis que Pellegrini triunfaría siempre, como triunfa, con solo impulsos y temperamento? Cuando la sensación baja, transformada en volición, a los órganos que ejecutan, al brazo o a los labios, ya se ha verificado el contacto fecundo de la reflexión y del razonamiento que son funciones de elaboración (...) Entre los dos había, pues fundamentales diferencias de estructura y de escuela política;  el primero amaba a las multitudes y creía en su eficiencia, como ya dejé dicho; el segundo, las excluye del gobierno dejándoles, respetuoso, su papel en la dinámica  política (...)  Pellegrini es menos imaginativo pero doblemente eficaz; parécele que el tiempo es más seguro agente que la multitud, fuera de su papel elemental”. (1956:214)

Ramos Mejía nos confirma que la razón construyó a la elite categorizando las condiciones para el liderazgo y controlando los mecanismos de exclusión; entre esas categorías la del tiempo. Reflexionar y razonar no sería propio de los actos reflejos y pasionales de los representantes de la multitud sino de aquellos que pueden sostener en el tiempo al proyecto político nacional. Ellos serían los líderes eficaces para conducirlo.
El autor no se equivoca en la estrategia discursiva, orienta al proyecto político a un contrato social que reconozca la construcción de una identidad básica como reconfiguración simbólica y política de la diferencia. Sobre el espacio soberano unificado y delimitado, la nacionalidad sería el producto de la civilización inacabada por maceración no violenta, lenta y razonada del tiempo. Dice:

“La nacionalidad se va formando por el lento acarreo de elementos políticos, sociales y económicos de todo el mundo, al molde preparado de este medio peculiar en el que ya había un plasma germinativo, que la irá diseñando. Lo que conviene es favorecer esa sedimentación y no contrariarla por bruscos e inusitados declives(1956:215)

Nos interesa inscribir el recorte presentado de “Las multitudes argentinas” en estudios de Gino Germani,  sobre la herencia del pensamiento social, que rastrea desde el siglo XIX hasta las décadas de 1930 y 1940 (1968: 387,388) en los que revalida la versatilidad de las fuentes de conocimiento de los pensadores latinoamericanos y la incorporación en su práctica de los métodos y estilos de la filosofía y de la ciencia. Estudian a la Argentina y  su transformación de colonia a país inscripto en la Modernidad occidental. Dice Germani que para estos pensadores “ideología y teoría son conceptos indiferenciados, no solo en relación de los componentes de valor presentes en toda teoría, sino también por la inspiración y el motivo fundamental que es la acción política” (1968:387)
La nación Argentina no se desprendía totalmente de sus tradicionales estructuras sociales y  las generaciones civilizadoras proyectaban otro país para lo cual  “no sólo formularon ideologías que servirían de poderosos instrumentos para la reconstrucción de la nación argentino, sino que fueron también miembros activos y eminentes de la elite modernizadora” (Germani. 1968:388). Con estos modos, la tradición europea desplazaba a la criolla y su estructura conceptual se aplicó al análisis empírico de la sociedad “y servía para nutrir nuevas, vitales ideologías y orientaciones políticas, aptas para su reconstrucción” (Germani. 1968:388)
Entonces, Gino Germani nos convoca a interrogarnos: ¿Cuáles son las fuentes de las que bebía Ramos Mejía para que en el discurso de civilización y barbarie la multitud quede ligada a condiciones de animalidad y sea necesario una que acepte un orden externo a su estado y deje de moverse solamente en función de su libertad para preservar sus intereses particulares?, ¿para qué la multitud aceptará  el control de las pasiones y la obediencia a la ley del Estado? No hay respuestas totales, algunas están en este trabajo, a las restantes las encontraríamos en  el colonialismo de la racionalidad imperante en el siglo XIX, que en el caso focal que estudiamos, la consideramos una operación política sobre la barbarie entendida como la forma de socialización que produce temor porque se la entiende sin ley y, por lo tanto, objeto para el contrato social que estabilice el orden necesario. Podemos reconocer los fundamentos de la clasificación de los rasgos observables de Aristóbulo del Valle y Carlos Pellegrini en la obra de Ramos Mejía y especialmente en su tecnología discursiva para construir las representaciones de la elite en cuanto a sus condiciones para la conducción experta. En “Las multitudes Argentinas”, Carlos Pellegrini es el que reúne razón y pasión para conducir el proyecto de la Nación. Con “su mirada marítima”, esta Nación admirará desde entonces a Europa y la función de la multitud, que era vaga y oscura, se disolvería en el nuevo orden

IV
Volvemos a las preguntas orientadoras de este trabajo. Concluimos. Esta fue la práctica de gobernar a la barbarie: construir como universal un grado de civilización como principio moral de ese orden general y motor del progreso adscripto a la  visión biosociológica de la ciencia que orientó a los pensadores nacionales del siglo XIX, proceso que  produjo dos individuos colectivos: la ciudadanía como resultado de la transformación de las multitudes y la elite,  por procedimientos de exclusión e inclusión sobre la multitud.
Consideramos que esa práctica de unir a la ciencia con la civilización fue resultado de un proceso de tecnología política con producción de hegemonía que naturalizó como verdad el modo exogenerado de insersión de Argentina a la forma capitalista de entonces, a la internalización de una identidad común en el vasto territorio de las diferencias socio-culturales y a la conducción endodirigida del proceso por parte de una elite. En esto, la ciencia y los pensadores sociales formados en las Universidades, no estuvieron escindidos del proceso político de dominación que institucionalizó una organización centralista del poder, produjo un imaginario social y político para signar la posición de lo racional y lo irracional inorgánico en la formación del Estado nacional.


Bibliografía
Albornoz, M. Kreimer, P. “Ciencias y tecnología: estrategias y políticas a largo plazo”. Eudeba, Bs.As., 1990.

Germani, G. “La sociología en Argentina”. Revista Latinoamericana de Sociología Nº 3.Bs.As. 1968.

Gonzalez Bollo, H. “El nacimiento de la sociología empírica en la Argentina”. Dunken. Bs.A.. 2003.

Myers, J. “Antecedentes de la conformación del Complejo Científico Tecnológico 1850-1958”.En: Oteiza E. (Comp.) “La política de investigación científica y tecnológica argentina Historia y perspectivas”. CEAL. Bs.A.s 1992.

Poviña A. “Notas sobre la enseñanza de la sociología en América y Argentina”. BIS Nº 1. Bs.As. 1947.

Ramos Mejía, J. M. “Las multitudes Argentina”. Tor. Bs.As. 1956

Textos digitalizados
Universidad de Quilmes. Proyecto Ameghino. En: www.planetariogalilei.com.ar/ameghino/marco.

Maisonnave, Virginia. Trabajos biográficos. En: www.catedras.fsoc.uba.ar/rubinich/biblioteca/biografias

[1] Sarmiento escribió “Facundo. Civilización y barbarie”, en 1845. Fue el texto con el que presentó la realidad del sur hispanoamericano ante los gobiernos y en los salones europeos. Par de términos que fueron antagónicos desde el periodo de organización nacional para definir quién está dentro y quién está afuera del orden.
[2] Este proceso se desarrollaba en Europa, desde siglos antes y en el mismo, los Estados –Nación eran las construcciones sociales y políticas principales en el pasaje de la dispersión territorial del antiguo feudalismo a la centralidad del nuevo orden político y jurídico con el que se daba forma y se sostenían las transformaciones en las relaciones económicas.
[3] Es vasta la bibliografía sobre esta temática y la referencia permanente a Domingo Faustino Sarmiento,  Echeverría, Alberdi y Bolívar como pensadores del campo social de la América del Sur independentista del siglo XIX.
[4] Nuestro análisis se asienta en los capítulos I (“Biología de las multitudes”), II (“El hombre de la multitud durante el Virreinato”) y III (“Las multitudes de los tiempos modernos”) de la obra de Ramos Mejía.
[5] Una incursión por el sitio en línea del Proyecto Ameghino, de la Universidad Nacional de Quilmes, nos permite conocer que médicos, historiadores, escritores y jurisconsultos entre los que se encuentran Carbia, Díaz, Ingenieros, Rojas y Justo, participaban en un círculo de referencia para el pensamiento nacional . En: www.planetariogalilei.com.ar/ameghino/marco. Consulta: 20 de noviembre de 2008.
[7] Ramos Mejía, J.M. “Las multitudes argentinas”. Editorial Tor S.R.L. Bs.As. 1956. Pág. 5
[8] Ramos Mejía interviene en la orientación del liderazgo que supone necesario para el proyecto nacional y lo hace analizando la revolución de 1890 que está en la procedencia de la Unión Cívica Radical. Del Valle es opositor al gobierno de Juárez Celman cuestionado por la corrupción política y la crisis económica. Carlos Pellegrini reemplaza a Juárez Celman y años más tarde será uno de los responsables de la máquina electoral del fraude.


* Olga Susana Coppari, es actualmente profesora en carreras de la formación de docentes de la Escuela Normal Víctor Mercante - Nivel Superior y profesora en la Lic. en Ciencias de la Educación - UNVM- IPACH.
Es licenciada en Ciencias de la Educación (UNVM 2001), Técnica en Conducción Educativa (ENVM 1997); Profesora en Enseñanza Primaria (ENVM 1991), Periodista (Esc. Sup. Periodismo del Centro de la República- Córdoba- 1979).  Es Maestranda en Cs.Sociales (Escuela de Trabajo Social. UNC)
 Se ha desempeñado como maestra de grado hasta el año 2004 en la ENVM Nivel Primario y como periodista en diarios de la ciudad de Villa María por espacio de trece años. Ha participado en espacios académicos como coordinadora. Es autora y coautora de ponencias y de numerosos artículos; unos,  específicos del campo pedagógico y otros,  de interés general. Contacto:
susanacoppari@hotmail.com